1979 es una fecha que los amantes de la ficción interactiva tenemos grabada como aquella en la que se publicó el primer librojuego tal como los entendemos hoy día. Ese año se pudo leer por primera vez un libro en el que el lector decidía cómo debía seguir la historia escogiendo entre varias opciones, gracias a La cueva del tiempo de la colección Elige tu propia aventura. Sin embargo, casi cuarenta años antes alguien ya había inventado los librojuegos, solo que no había escrito ninguno. Hablamos del genial escritor argentino Jorge Luis Borges.
Borges es, sin duda, uno de los autores más destacados del siglo XX. Escribió poemas, ensayos e incluso guiones de cine, pero lo más conocido son sus cuentos. En ellos desplegó su portentosa imaginación, explotando unas ideas tan maravillosas como sorprendentes; en su obra podemos encontrar desde un poeta que atrapó toda la belleza de un reino en una sola palabra, hasta una biblioteca infinita donde existen todos los volúmenes que puede concebir la mente humana.
Es en una de esas explosiones de creatividad donde Borges nos explica, ya en 1941, unas técnicas narrativas usadas por un escritor ficticio. Lo hace en su cuento titulado Examen de la obra de Herbert Quain, dentro del libro El jardín de los senderos que se bifurcan. Echemos un vistazo a la obra del tal Quain.
Nos referimos a la obra titulada April March, que se puede traducir como “la marcha de abril” o, literalmente, “abril marzo”. Borges la llama novela ramificada, y dice que fue concebida como un juego. Se trata de una novela que es, en realidad, nueve novelas, y esto se debe a que está estructurada en trece capítulos de los que solo hay que leer tres. El primer capítulo siempre es el mismo, pero este da paso a otros tres posibles, cada uno de los cuales, a su vez, se sigue de otros tres a elegir. El esquema que aparece a la derecha ayudará a comprender esta estructura.
Como vemos, esto es un librojuego puro y duro. Pero las sorpresas no terminan ahí, pues Borges se aleja de las convenciones presentando la novela de forma retrógrada; esto es, el primer capítulo es en realidad el último, los siguientes tres a elegir son posibles situaciones que llevan a ese capítulo, y los últimos nueve son las situaciones de partida de la novela. Además, el camino elegido configura el tipo de novela que se está leyendo: uno llevará al lector a pensar que se trata de una novela simbólica; otro, de una sobrenatural, policial, psicológica, comunista, anticomunista… O sea, que dos caminos pueden ser incluso antagónicos. Es más, según nos cuenta Borges, hay dos capítulos que por sí solos no significan nada, y que solo cobran sentido cuando van precedidos del que les corresponde.
Sorprendentemente, nadie ha escrito aún un librojuego así. Cierto es que sería un trabajo de una complejidad que no está al alcance de cualquiera, porque dar un carácter distinto al libro según el camino escogido requiere una habilidad fuera de serie, pero estructurarlo de manera regresiva no es algo excesivamente complicado.
En cualquier caso, como habréis podido comprobar, ahí tenemos la primera mención que alguien hizo de un librojuego, en la que el autor se encargó de destacar su carácter lúdico: “Yo reivindico para esa obra los rasgos esenciales de todo juego: la simetría, las leyes arbitrarias, el tedio.” Lo curioso es que, tras el experimento de la división ternaria de las opciones de los capítulos, se decanta por la binaria, pues predijo que aquellos que imitaran su obra preferirían ofrecer dos opciones en lugar de tres. Y, efectivamente, en la gran mayoría de los librojuegos imperan las decisiones binarias sobre las ternarias. ¿Casualidad? En Borges no existe la casualidad; gran erudito y conocedor del alma humana, sabía que el hombre tiene una visión bipolar del mundo, que todo lo dividimos en opuestos: claro-oscuro, masculino-femenino, cóncavo-convexo. Para nosotros es mucho más fácil imaginar una bifurcación que una trifurcación; incluso vemos una encrucijada como la intersección de dos líneas. Un camino lleva a la vida, otro a la muerte; uno a la victoria, otro a la derrota. ¿Os suena? Ese par antagónico es cerrado, no cabe una tercera posibilidad; o emprendes la aventura o te quedas en tu casa. Y cuando cabe la tercera, la mayoría de las veces es otra versión de alguna de las dos anteriores, o de las dos al mismo tiempo: emprendes la aventura, te quedas en tu casa o retrasas tu decisión (es decir, emprendes la aventura o te quedas en tu casa, pero más tarde). Es la simetría de la que habla Borges en la cita anterior, indispensable en los juegos, más difícil de cuadrar en una estructura ternaria.
Y treinta y ocho años después llega Edward Packard, primer imitador de Herbert Quain, y cuando por primera vez ofrece al lector la posibilidad de decidir, le pregunta si quiere volver a casa o esperar a ver qué ocurre; y no solo eso, sino que su libro está plagado de decisiones binarias.
En definitiva, Borges sabía perfectamente lo que iba a pasar. Me pregunto si leyó algún librojuego antes de morir; si lo hizo, puedo imaginar su complaciente sonrisa de vate.
So, 1941! Me quedo con esa fecha. Borges no decepciona.
Otro gran artículo del Archimago. Cada día aprendiendo cosas nuevas (y palabras nuevas).
Tenía que ser Borges, quién si no… 🙂 Había oído hablar de su aportación primitiva al género de los librojuegos, pero desconocía de qué obra se trataba. Así que gracias por ilustrarnos sobre el tema, Archimago. Estupendo artículo.